Los hombres me explican cosas Pensamiento

Laura González Palacios
27 Ene 2023

Esta carta es difícil de escribir, pero dado que soy consciente de que mi silencio no me protegerá es importante que la escriba. Hace unos días formaba parte de una conversación con un hombre y otras dos mujeres. En un momento dado, el hombre inquirió si yo conocía la discoteca Sutton Barcelona. Creo que nunca he estado allí, pero intentaba hacer memoria porque alguna vez la he oído mencionar. Entonces fue cuando el hombre empezó a relatar su “versión periodística” de la violación que un conocido futbolista perpetró allí hace poco a una chica de 17 años, sorprendido de que yo no conociera la noticia. A pesar de que dije más de una, dos y tres veces que no quería saber del tema, el hombre continuó hablando y dando detalles de lo que allí sucedió: la encerró en el baño, durante 17 minutos… Lo único que habría querido saber en ese momento es cómo se llamaba la chica, aunque no me atrevería a pronunciar su nombre, y cómo estaba ahora, si tendría compañía y acceso a ayuda profesional para afrontar el trauma. No sé nada.

En la conversación, a pesar de que otra de las mujeres llamó la atención al hombre sobre mí: “¿Pero, no estás oyendo que no quiere hablar del tema?” Él respondió: “Bueno, si ella no hace falta que hable.” No, claro que no hace falta que hable, ya estaba él diciendo todo lo que tenía que decir, a pesar de que yo hubiera hecho expreso mi no consentimiento para escuchar. “¿Cómo no te has enterado si no se habla de otra cosa en todos los medios de comunicación?” La respuesta es muy fácil, hace tiempo que decidí voluntariamente no mantenerme informada de “la actualidad”, o hacerlo de una manera muy selectiva, porque a mis años ya sé que mi nivel de sensibilidad no puede soportar ciertas atrocidades y porque tardo mucho tiempo en reparar el daño espeluznante de la información.

Quizá el hombre que hablaba y hablaba no sabía que yo no he sido violada por un futbolista en el baño de una discoteca, como tampoco que a los 19 años un tipo se masturbaba a mi lado en un autobús cuando volvía a casa. Pocas veces he deseado con tantas fuerzas tener el superpoder de desaparecer, o de atravesar cristales, pero el miedo y el asco me paralizaron y no pude levantar la voz ni mi cuerpo para salir de la situación y sortear la escena, que 23 años después todavía es un recuerdo muy vivo en mi memoria.

Quizá este hombre tampoco sabe que día sí día no tenía que sortear a un exhibicionista cada vez que volvía a la residencia de estudiantes el primer año de universidad viviendo en Madrid, o que años más tarde, en otra discoteca barcelonesa, más de una y dos y tres veces, algún hombre se había permitido tocarme por delante y por detrás sin mi consentimiento, haciéndome dudar de si era yo la que provocaba los agravios. Allí fue cuando me animé a pedir a las personas responsables del Apolo que los cartelitos contra el acoso sexual estuvieran también en los baños de los hombres, además de en los baños de las mujeres. Como tampoco se lo dije nunca, este hombre no sabrá que cuando vivía en Ibiza, un amigo de un amigo, al que ofrecí la mitad de mi cama para que no tuviera que pasar la noche a la intemperie, pensó que la otra mitad de la cama, que yo ocupaba, también estaba disponible para él, con la consiguiente autoexpulsión de mi propio espacio y de la angustia correspondiente de volver a encontrarme en situaciones así. Podría seguir, pero creo que es suficiente.

Justo unos días antes del incidente de la conversación, yo había rescatado de mi biblioteca el conjunto de ensayos que empieza con Men Explain Things to Me (Los hombres me explican cosas), de Rebecca Solnit, y lo había dejado en la mesilla para releerlo. Con el cuerpo y la mente calados de disgusto empecé a leer de nuevo y agradecí a Rebecca su contundencia en la exposición de la persistente desigualdad entre hombres y mujeres y la violencia basada en el género. A pesar de la dureza, agradecí de corazón ser testigo de su experiencia personal y de tantos otros ejemplos reales de cómo los hombres muestran una autoridad que no se han ganado, mientras las mujeres hemos sido educadas para aceptar esa realidad sin cuestionarla. Gracias por tu claridad meridiana, Rebecca, gracias por dejar constancia de que “algunos hombres explican cosas que no deberían y no escuchan cosas que debiesen”.

A continuación la dedicatoria de Rebecca que abre su libro, por y para nosotras, y algunos otros asuntos relacionados con lo que pasará próximamente en esta habitación.

A las abuelas, a las que luchan por la igualdad de derechos, a las soñadoras, a los hombres que lo entienden, a las jóvenes que continúan con la lucha, a las mayores que abrieron el camino, a las conversaciones sin fin y a un mundo que permitirá que Ella Nachimovitz (nacida en enero de 2014) se desarrolle para vivir plenamente su vida.