Volver a la normalidad Pensamiento

Laura González Palacios
Directora de Chiquita Room
12 Abr 2020

Después de la tercera semana de confinamiento viene la cuarta y después: la(s) prórroga(s). Casi un mes para darnos cuenta de muchas cosas. La más importante para mí hasta el momento es que no existe tal cosa como una vuelta a la normalidad. De hecho se ha hecho muy evidente porque soy incapaz de pronunciar «cuando todo vuelva a la normalidad» en voz alta. Y cuando se lo oigo decir a alguien, me da medio escalofrío. Primero porque no me lo creo y segundo porque otra de las cosas que me está pasando en cuarentena es que si no me lo creo ya desde un inicio, no puedo hacer «como si». Brindo por ello. Aunque la mente vague a veces intentando vislumbrar un porqué y un para qué de todo esto, no lo pienso mientras hago la cama, cuelgo la ropa o planto semillas de perejil, y sinceramente creo que no habría nada peor que volver a la normalidad. ¿Qué normalidad? ¿La de una agenda sin huecos, la de coger un avión como quien coge el metro, la del consumo compulsivo de mierdecillas, la de los recortes de sanidad, la precariedad en el arte y la cultura, o la economía sumergida? No, gracias.

Ojo además con las cosas que se vuelven normales en el tiempo, porque ya hemos visto casi de todo durante estas primeras cuatro semanas. Si entendemos por normal aquello que está en su estado natural, cada persona se revela a sí misma también (o más si cabe) ahora. Ahora que hemos visto al primer ministro húngaro utilizar la pandemia para obtener poder ilimitado y gobernar por decreto indefinidamente. Ahora que hemos oído con todos los pelos de punta al presidente filipino ordenar al ejército y policía de su país «disparar a matar» contra quien viole la cuarentena. Ahora que nos hemos llevado las manos a la cabeza al oír al presidente de México que a él le bastan amuletos y estampitas para combatir el coronavirus. Nos han hablado del aumento de ventas de armas en Estados Unidos y de la promesa de un aprobado general en Italia. Más cerca de casa hemos sido testigos del filtraje de preguntas a periodistas por el secretario de Estado de Comunicación, sin derecho a repreguntar en las interminables ruedas de prensa del Gobierno. Ahora, que hemos oído algo que no debíamos.

Espero y deseo que nunca volvamos a esas cosas normales si no merecen la pena o son de orden mezquino para con otras personas, nuestro planeta, nuestra salud física y mental, la dignidad humana en definitiva. Espero y deseo que ahora más que nunca adoptemos plenamente nuestro poder de decisión en la vida cotidiana, eligiendo lo que usar y lo que no, lo que comprar y cómo comprarlo, a qué dedicar el tiempo con plena conciencia. Sería tan esperanzador que nos preparáramos para lo que viene sin saberlo. Sería ilusionante que nos diéramos margen de reflexión, que nos tomáramos el tiempo y espacio necesarios para rebajar la compulsividad, voracidad y avidez del mundo tal como lo conocíamos y aterrizásemos en una realidad más cercana, necesaria, esencial. Ha pasado un mes pero aún es posible (y puede ser bonito) construir un hogar en casa. Y realmente confío en la escritora Arundhati Roy cuando dice que la pandemia es un portal, puesto que históricamente las pandemias han forzado a los seres humanos a romper con el pasado e imaginar un mundo nuevo y esta vez no va a ser diferente. Visto así, el periodo de confinamiento que aún vivimos con cierta incertidumbre no sabemos hasta cuándo, se abre como un paréntesis a la confluencia entre el mundo viejo y el mundo nuevo y podemos elegir cómo recorrer ese tránsito.